Las carillas dentales son láminas (de porcelana o de composite) que se pegan en la parte externa del diente con un material adhesivo, que puede ser de resina ligera o de cemento estético. De esta manera, estas finas láminas se pegan de manera fija y segura al diente, y consiguen corregir una serie de aspectos, como, por ejemplo, la separación o desalineación de los dientes, las roturas, fisuras, decoloraciones, bordes incisales rotos o desgastados, entre otros. 

 Por lo tanto, es una técnica puramente estética, pero que no resuelve patologías bucales que existan. Como te hemos comentado antes, pueden ser de porcelana o de composite:

Carillas de porcelana: están hechas de cerámica de vidrio, un material llamado leucita. Se fabrica a medida en los laboratorios a partir de un molde elaborado por el especialista, tras la primera visita con el paciente. 

Una de sus ventajas es que le da al diente un aspecto muy natural y similar al esmalte. Se colocan alejadas de las encías para evitar la retracción de estas. Por este motivo estas láminas son muy finas, de no más de 0,5 mm. 

Pero, además, son muy resistentes y su color se mantiene a lo largo del tiempo. ¿Su desventaja? Su colocación requiere más tiempo al necesitar una fabricación previa en el laboratorio. 

Carillas de composite:  están elaboradas de resina acrílica, pero también incluyen partículas de cerámica, para dar una mayor resistencia y estética a la carilla. A diferencia de las anteriores, estas se colocan directamente en el paciente, aplicando capas de composite que podemos modelar y que fraguamos con una luz ultravioleta. Durante la aplicación, también se le puede ir ajustando el color, para darle la estética lo más natural posible. 

Son carillas más económicas, pero tienen una vida útil inferior a las de porcelana y son menos resistentes, requieren un mantenimiento periódico, pues pueden desgastarse según la mordida.